sábado, 13 de agosto de 2011

No llores muñeca


El auto se detuvo junto a la entrada hacia el faro. Bajaron dos hombres y una mujer. La lluvia había dejado un vacío de niebla y sopor.
- ¿Llegó Marlowe? - preguntó uno de los hombres al vigía. En el suelo, mohoso y sucio, un hombre se reponía, lentamente.
- Aquí Sawyer – dijo lentamente. Parece que soy más duro de lo que pensaba.
La mujer, una rubia con aspecto de poco sueño y mucho cabaret, se arrojó a los brazos del hombre en el suelo.
- Jack ¿estás bien? – preguntó acongojada.
- ¿Qué te parece? – le dijo, brusco, el hombre llamado Jack. He conocido mejores momentos.
- Diles dónde está la tiorba. Nos dejarán en paz, Jack.
- Sí, Marlowe – añadió burlón el hombre grande, con burdo aspecto de matón. Dinos dónde está la tiorba.
- No les veo aspecto musical, chicos. Me permitirán que dude de su juglaría.
- No te hagas el fino con nosotros, Jack. Sabemos que te gusta hacerte el diferente. No querés que te confundan con tu primo Philip.
- Philip no es un mal chico pero tiene amistades poco recomendables.
- Bueno, pero aquí estás, en un trance como los de él. Aunque no creo que tengas sus agallas cuando empiece a cortarte los dedos.
- Preferiría las uñas, están un poco crecidas.
- Ja, además gracioso. Contáme dónde está la tiorba y los dejamos en paz.
- Sí. En la santa paz de los sepulcros.
- En la que te merezcas si no hablás.
- Perdoná Sawyer pero no te veo tan trincado por la tiorba como para turbarme o tumbarme, como te venga.
- ¿Sí? Tomá para que te vayas enderezando. – La primera patada le dio en las costillas, la segunda buscó la cabeza como si fuera un balón.
- Que mala puntería – apenas pudo decir Marlowe, sangrando por la boca.
- Te voy a cortar el pene y lo voy a poner en mi portapenes – dijo el grandote.
- Me mata la curiosidad. ¿Un portapenes?
- Sí, te lo corto, lo meto en el portapenes y se lo llevo a mi doberman que tiene hambre.
- Por favor, Jack – chilló llorando la rubia, pensando en lo que perdía.
- No llores muñeca – que a esta película todavía le falta un rollo y tenemos cita para cenar, mañana a  las diez.

El estreno

mirá si no es Bellur quien viene acompañada por su joya anafrodisíaca corrosiva, decía Babalú, moncho y lirondo, a su divina gracia, la princesa de Talismania. Mmm, es promisorio el modelito, susurró en una sonrisa maliciosa Melina. Lástima que sea ambidiestro terció Quelpeur, golpeando suavecito el abanico contra el borde de la mesa.
Ah, mes petits cochons, entonó la blonda deslizándose sinuosa junto a su pequeño doncel. Le decía a Jesuis qué raro no haberlos visto en el estreno. No me dirán que la Boroslova no estuvo charmante, oui. Divina, sentenció la princesa, y ese monólogo tan sublime, adoro a Dostoievsky, tan patético, tan draconiano. No se me pongan melosas, vestales y…este niño qué adoró, intervino Quelpeur intencionado. Los ojos, dijo el adolescente, los ojos eran como los de mi madre. Sorpresa y miradas de estupor colectivas. Estaban en un impasse frívolo y esta criatura les pateaba el rodelú.
Ah, la sinceridad de los párvulos, en un segundo volvían sagrado lo baladí.
Muy bien, repuso Quelpeur, y qué más te emocionó, pequeño ángel. Me gustó lo que dijo cuando queda sola en el andén y el tren se va y la nieve cae y…los soldaditos deben estar dormidos a esta hora, mon petit, murmuró Bellur volviendo la conversación a su cauce. Di bonne nuit mesdames et messieurs, nos vemos mis queridos, jusqu’à la prochaine.
Por qué le decís Bellur si todos sabemos que es una pervertidora de menores que se llama Adrienne de Montagu, sentenció Melina mientras la dama se retiraba con su niño. Por Belle de Jour, no me digas que no te recuerda a la Catherine, concluyó Babalú.

martes, 2 de agosto de 2011

El Recuerdo

Erráticas las novicias se aproximan a las ventanas para en el ventisquero ver al viajero vagabundo que desde la vega llega con una vaya en la sonrisa mientras la vecindad se agita, las faldas palomean  y las risitas doncellescas verdecen en primores de estación. Ah, las juveniles vernales primorosas susurran besos hospitalarios que se deslizan entre vargueños y vidrieras, se ventean en los giros caprichosos del viento para deslizarse, volantes, en los agaves.
Acaso alguna agoniza dulcemente en el recuerdo de la apacible siesta compartida con el viajero que se aleja. Afligido el cuerpo la mosca zumba pero ella no se atreve a claudicar. Venusta, venusta, cómo has sido redimida por tu ruboroso sacrificio. Y las hermanas cantan los madrigales sin saber que entonan para ti.

El hundimiento

¡Detritus, detritus! exclamaba orondo Semáforo de Hipoplasia, estamos rodeados de detritus, se nos hunde la galera y los pelmazos ni plasman, pelandrunes, buitres ornamentados, serviles estupefactos. Basta querido, que se me afloja la diadema y los bucles se alborotan, parpadeó ojerosa Melania de Tipsera. ¡Centuriones, a miiiiiiiii! vociferaba el cartaginés, mientras las huestes se arremolinaban y cantaban retahilas fosforescentes. Haced un puente, rápido, un puente que me empalmo, ah vírgula de Samotracia quién fuera, por un momento, en el peristilo de la pingüe patria, con los efebos de solaz catadura y las doncellas prestas y curiosas, que no aquí, entre bramidos y bruñidos arsenales que a toda costa el mar reclama para sus fauces fieras y feraces, y tu femenil silueta Paladio, volviera a oscurecer el sol en el brillo de tus magnéticos espasmos. Ah, si la gloria fuera, otra vez.
  1. Todo lo que aquí se escriba, oh mortales, será efímero como todo. Pero mientras brille me reservo el placer de declararme fautor y único de lo que escribiere. Y no vengan las hienas que se visten con mi ropaje a robar lo que es mío por designio divino y legislación humana. Que la más destructora de las maldiciones caiga y recaiga sobre los míseros reptiles que pusieran sus garras purulentas sobre las estrellas que mi bóveda celeste elevó al lucimiento. En otras palabras, ché pibe, nada de robar mis derechos de autor, ¿eh?, ¿tamos?.